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La continuación de Burguillos Viajero

sábado, 11 de agosto de 2012

412. ORENSE** (I), capital: 14 de septiembre de 2007.

1. ORENSE, capital. Vista del exterior de la cat. de San Martiño.

2. ORENSE, capital. Portada principal y torre del reloj de la cat. de San Martiño.

3. ORENSE, capital. Detalle de la portada principal de la cat. de San Martiño.

4. ORENSE, capital. Detalle del intrados del arco de la portada principal de la cat. de San Martiño.

5. ORENSE, capital. Retablo secundario de la cat. de San Martiño.

6. ORENSE, capìtal. Bóveda estrellada de la zona de la girola de la cat. de San Martiño.

7. ORENSE, capital. Vista de la nave central desde el pórtico del Paraíso, con el retablo mayor al fondo, de la cat. de San Martiño.

8. ORENSE, capital. Pórtico del Paraíso, de la cat. de San Martiño.

9. ORENSE, capital. Bóvedas de la nave lateral de la cat. de San Martiño.

10. ORENSE, capital. El pórtico del Paraíso desde el interior de la nave de la cat. de San Martiño.

11. ORENSE, capital. La bóveda del cimborrio de la cat. de San Martiño.

12. ORENSE, capital. Portada principal de la cat. de San Martiño.

13. ORENSE, capital. Escudo heráldico de la fachada del Museo Arq. Provincial.

14. ORENSE, capital. Fachada de la igl. de Sta. Mª Madre.

15. ORENSE, capital. Otra vista del exterior de la cat. de San Martiño.

16. ORENSE, capital. Detalle de una de las puertas de la cat. de San Martiño.

17. ORENSE, capital. Fachada de la igl. de Sta. Eufemia.

18. ORENSE, capital. Fuente de la praza do Ferro.

ORENSE** (I), capital de la provincia: 14 de septiembre de 2007.
   La tercera ciudad más poblada de Galicia siempre había presumido de su Santo Cristo, de las Burgas y del Puente Viejo. A ello debemos añadir el atractivo conjunto histórico centrado en la catedral, y la elogiable facultad de mantener antiguas fiestas y costumbres con renovado ímpetu, entre ellas el aprovechamiento de la riqueza termal, pero combinadas con obras y propuestas de futuro tan atractivas como el puente del Milenio o el nuevo Auditorio.
   El extenso conjunto histórico se apiña alrededor de la catedral y la Plaza Mayor. Fuera de este núcleo merecen asimismo una visita las Burgas y el Puente Viejo sobre el Miño, los otros dos monumentos heráldicos y característicos de la ciudad.
As Burgas y el casco antiguo
   La Alameda es un lugar céntrico y muy apto para iniciar el recorrido por la vieja Orense. A la derecha vemos en un nivel inferior el mercado de abastos, y frente a él un viaducto bajo cuyos arcos llegamos a las Burgas. Estas famosas fuentes termales ya fueron aprovechadas por los romanos, y siguen sirviendo hoy para calefactar las viviendas cercanas. En primer lugar vemos la fonte de Abaixo y O Fervedoiro, con la antesala de unos jardincillos. Los caños van enmarcados en obra neoclásica, y una placa reza que el caudal vierte con regularidad 300 litros por minuto a una temperatura de 67 ºC. En una plataforma elevada está la fonte de Arriba decorada con una escultura de Acísclo Manzano. Subiendo por esta misma rúa das Burgas y girando a la izquierda ya se contempla la Praza Maior*. La Casa Consistorial, decimonónica, preside este distribuidor urbano de nueve calles; a pesar de su inclinación y forma irregular, resulta muy agradable gracias a sus terrazas dispuestas bajo los soportales y al repertorio de edificios que van desde el barroco al modernismo de Vázquez Gulias, unidos todos por el común denominador de un material omnipresente: la piedra. Vemos también aquí alguna blanca galería neogótica, un diseño que se repite bastante en otras casas de la ciudad.
   Una solemne escalinata concentra su línea de fuga en el teatral escenario de la fachada barroca de la iglesia de Santa María Madre. En el mismo solar hubo otros templos anteriores: una basílica paleocristiana, la catedral del siglo VI y la del obispo Ederonio en el XI. Algunas columnas y capiteles marmóreos de la basílica sueva pueden verse reutilizados en la mentada fachada de 1722, coronada en el centro por un gran escudo que supera en altura a las dos torres.
   A un lado de la escalinata queda el Museo Arqueológico Provincial, en el lugar donde también se sucedieron el pretorio romano, el palacio de los reyes suevos y el episcopal. Este último mantiene bien la obra medieval, con una torre y galería de los siglos XII y XIII además de la fachada barroca. La exposición de los fondos museísticos es precaria por la carencia de espacio; entre ellos destacan las piezas castreñas y romanas.
   Al costado de Santa María la Madre se halla la praza da Magdalena, bello rincón presidido por un cruceiro del XVIII, que nos conduce a la también armónica praza do Trigo, con una fuente en el centro. El arquitecto Luis Vidal, amigo de Gaudí, levantó en ella una casa modernista en la que, por la propia inclinación de la plaza y el ángulo visual que ello genera, concentró su decoración en la parte alta.
   Una baranda de piedra limita el atrio de la fachada meridional catedralicia, algo desfigurada con la inclusión de la torre del reloj pero aún en posesión de su traza medieval a la que pertenece la rica portada. La catedral de San Martiño** fue construida entre los siglos XII y XIII; consta de tres naves, crucero de una sola y deambulatorio renacentista. Si entramos por la puerta norte y circulamos bajo sus bóvedas de crucería hasta los pies, contemplaremos el pórtico del Paraíso, una reinterpretación gótica del compostelano pórtico de la Gloria que tiene la particularidad de lucir, algo retocada, su chillona policromía original. Data el monumental y rígido conjunto escultórico de mediados del siglo XIII, aunque quedan patentes varias reformas del XV. Al pie del parteluz aparece una estatua de Santiago con la espada.
   En el centro del crucero se alza un delicado cimborrio levantado en el siglo XV por Rodrigo de Badajoz, su cúpula estrellada de finas tracerías y decorada con esculturas es más afortunada que el exterior.
   La Capilla Mayor guarda un gran retablo acabado en 1520 por Cornelis de Holanda, equiparable por su magnitud a los catedralicios de Oviedo, Toledo y Sevilla. Sus tallas, profusión de dorados y doseles calados aún son propios del gótico flamígero. Las rejas y los púlpitos son de la mano del aragonés Juan Bautista Celma, el mismo artífice que realizó los de la catedral compostelana (siglo XVI).
   En un muro lateral se encuentra el sepulcro de un obispo desconocido, soberbio ejemplar de la escultura funeraria gótica gallega. Entre las capillas de la basílica merece ser destacada la del Santo Cristo. Su camarín expone para la devoción de los fieles la patética talla del Crucificado, traída por el obispo Pedro Mariño de su villa natalicia de Fisterra, en el siglo XV; lo que no sabemos a ciencia cierta es si se trata del original que que apareció flotando en el mar o la copia que mandó realizar el prelado. Los muros se hallan revestidos con  un fastuoso tropel de esculturas y relieves barrocos salidos de las gubias de Canseo o Moure (atención a un pequeño San Mauro). El recinto guarda también los paneles de la sillería de coro manierista trasladada desde la nave central.
   Entre otras obras de arte dispersas por la catedral podemos citar la talla románica en madera del Cristo de los Desamparados (girola) o el sepulcro del obispo Pedro Vasco*, que está considerado como la mejor representación gallega de la escultura funeraria bajomedieval.
   Existe un Museo Catedralicio instalado en una crujía de la apenas iniciada claustra nova. Las piezas expuestas son pocas, pero algunas de gran valor, como es el caso de la lápida cristiana más antigua de Galicia (510), el tesoro románico de San Rosendo, un frontal de esmaltes de Limoges (siglo XIII), la Cruz procesional donada por el conde de Benavente en 1515 y atribuida a Enrique de Arfe, una arqueta italiana de marfil del XV y el Misal Auriense o de Monterrei, tenido por el más antiguo impreso en Galicia (1494).
   Si salimos por el brazo opuesto del crucero veremos la puerta norte, románico-gótica con estatuas-columnas de gusto mateano. La fachada occidental y la pesada torre de las campanas quedaban como colgadas sobre un atrio-terraza a causa del desnivel del terreno, pero ahora hay un acceso directo gracias a una escalera construida en 1980 sobre la rúa das Tendas; se ha desvirtuado así una estructura original y única.
   El portal enfila la rúa Lepanto, poblada de bares y tabernas animados al unísono con los de sus paralelas (Paz, Viriato y Pizarro), aunque tiene un hueco para el Museo Municipal, usado también como sala de exposiciones. Esta recta vía es una de las más nobles de la ciudad y muestra varias casas blasonadas, entre las que se cuenta una gótica. Desembocamos así en la típica praza do Ferro, rodeada de soportales y aderezada con una fuente trasladada del monasterio de Ribas de Sil. Desde ella se puede seguir recto hasta la iglesia de Santo Domingo de mediados del XVII, o continuar el paseo bajando por la rúa de San Miguel, clásica del buen yantar. Por la izquierda se atraviesa la praza do Cid, antes llamada Eironciño dos Cabaleiros. Junto a un cruceiro se puede entrar por el pasadizo de la casa de María Andrea, un vestigio de la arquitectura medieval. La tal María Andrea, criada del deán de la catedral, recibió en herencia la casa por lo bien que la cuidó, a base de escobazos, cuando los franceses la convirtieron en cuartel durante las guerras napoleónicas. En el testamento, que se conserva en el mesón que hoy la ocupa, para conjurar habladurías se recalca que le fue cedida únicamente "por esto y nada más".
   En Coronel Ceano abren sus puertas dos cafés instalados con mucho gusto, el Central y el Latino. En este último se programan conciertos de jazz con frecuencia. Y a su lado, la iglesia de Santa Eufemia, templo que fue de la Compañía de Jesús, cimentado sobre la sinagoga. Su cóncava y movida fachada semeja obra borrominesca que juega con claroscuro. El convento adjunto fue ocupado por el seminario de San Fernando. Aquí se alza, aunque suele pasar despercibida, la curiosa casa do Comercio (Antonio Crespo, 1900), modernista y de gran empaque pero, al igual que la compostelana casa del Cabildo, toda fachada, pues ¡sólo tiene dos metros de fondo!
   La calle en honor del galleguista Lamas Carvajal fue en otro tiempo la Rúa Nova, donde tenía asiento una aljama hebrea que siempre vivió en paz con sus vecinos cristianos. En ella está la casa dos Oca-Valladares, sede del Liceo-Recreo, una entidad importante en la vida cultural ciudadana. Merecen contemplarse la puerta plateresca y el patio con fuente de mármol. Esta aproximación al conjunto artístico puede terminar de nuevo frente a la Alameda, en los bellos jardincillos presididos por otra fuente monástica desamortizada. De interés resulta el edificio ecléctico (Vázquez Gulías), provisto de dos torres, que acoge el Centro Cultural Caixanova.
   Desde la Praza Maior también se puede conocer la parte menos cuidada del casco antiguo. La casa de Corona aparece detrás del palacio municipal; fue prisión de clérigos y ostenta un gran escudo con la fecha de 1719 sobre puerta de barrocas orejeras.
   En la rúa Padre Xerónimo Feixóo vemos la airosa capilla mayor poligonal rematada con crestería de la iglesia de la Santísima Trinidade; el resto, salvo las portadas, es obra reciente. En el atrio se alzan un cruceiro y los restos del hospital de peregrinos.
   Esta recta calle muere en los jardines del Possío junto al Instituto de Otero Pedrayo. No lejos de éstos podemos ver la pequeña capela dos Santos Cosmede e Damian, utilizada como expositor permanente del belén de Arturo Baltar. Este escultor de la tierra tiene un estilo muy peculiar, caracterizado por sus figuras de paisanos gallegos regordetes y coloristas.
Hacia el río Miño
   Antes de iniciar la visita al ensanche y la zona ribereña del padre Miño, se puede ascender al convento de San Francisco desde la cabecera de la catedral. En la praza do Correxidor aún permanece el palacio de éste. Unas escaleras nos conducen al atrio del convento; desde aquí se contempla una buena vista sobre la zona antigua dominada por el cimborrio catedralicio. La casa de la Venerable Orden de los Terceros fue construida en dicho alto tras el incendio provocado por Pedro Yáñez de Novoa en la antigua. Fue éste un episodio más de las luchas antiseñoriales de la Edad Media: refugiado en tal lugar el que asesinara al sobrino del entonces chantre y luego obispo, tomó éste venganza, pero el Papa le obligó a sufragar de su pecunio la nueva obra. Con la desamortización fueron ocupadas las dependencias por un cuartel, abandonado aún hace poco. La iglesia se trasladó al parque de San Lázaro en 1930. El claustro* del siglo XV es el mejor de su género en Galicia y cuenta con 63 arcos y 120 capiteles diferentes, muchos de ellos historiados con escenas de caza y cetrería, lucha y oración. Al claustro se abre, por medio de un delicado arco carpanel del siglo XVI, la capilla de los Sandoval. Una serie de composiciones populares y cotidianas en formato de miniatura, realizadas por el escultor Balbar, pueden ser aquí visitadas. Junto al convento se ha construido el elegante edificio del nuevo Auditorio (X. M. Casabella, 2004).
   De nuevo en la Alameda, o mejor aún desde los impecables jardines del Obispo Cesáreo Rodríguez, aquel santo que excomulgó a Curros Enríquez por su anticlericalismo literario, avanzamos por la calle Progreso, de expresivo nombre. En ella se suceden el frío edificio del Obispado y el más alegre que fue de la Banca Simeón (Sierra i Pujol, 1897), debidamente rehabilitado como centro cultural y de exposiciones, entre las que destaca una permanente compuesta por 800 trenes en miniatura. Entre éste y la Diputación, si torcemos a la derecha por la plaza con estatua del Padre Xerónimo Feixoo, ilustre ourensano, pasearemos, nunca mejor dicho, por la agradable, arbolada y comercial rúa do Paseo. En la vía reina del ensanche hay muy buenos edificios con fachadas de piedra, sin que desmerezca alguno moderno como el Viacambre (núm. 30), que recrea con un recargado gusto el recurso tradicional de la galería. Una Leiteira (Ramón Conde) recuerda a las mujeres que, aún no hace tanto, ejercían el oficio.
   El parque de San Lázaro está siempre muy concurrido. El monumento a los Caídos de Asorey ve prolongarse la sombra de la alta torre de San Martín. A un lado está el nuevo emplazamiento de la iglesia de San Francisco, que no favorece nada la contemplación de su triple cabecera poligonal de principios del XIV. Guarda varios enterramientos de la época. En un capitel de la portada los ángeles tocan alegres la gaita; sus herederos del presente componen la banda de gaitas de la Diputación Provincial, que además de las gallegas ha incorporado otras de los países célticos. Hacia el Miño quedan la alameda do Cruceiro, los nuevos jardines y paseo del río, y el Campo dos Remedios, antaño escenario de duelos al pie de su ermita, y ahora complejo deportivo.
   La Ponte Vella* tiene basamentos romanos de la época de Augusto, pero fue varias veces reconstruido en la Edad Media y posteriormente. Conserva el perfil alomado y siete ojos, contando el central con 37 m. de alto. El tráfico rodado ha dejado de injuriarlo con motivo de la apertura del quinto puente, de moderno diseño, bautizado como del Milenio (Álvaro Varela, 2000), dotado de una elevada pasarela peatonal que sirve como mirador. La ribera del Miño, hasta hace unos años ignorada, se ha visto potenciada con la apertura del Centro Comercial Ponte Vella y la creación de jardines como el de las Ninfas y paseos.
   En As Lagoas, frente a la Ponte Nova, se extiende el campus dependiente de la Universidad de Vigo. En él ha sido instalado un original Museo da Cornamusa. A la otra orilla del modesto Barbaña se puede conocer el asilo del Santo Ángel, fundación benéfica de la marquesa de la Atalaya Bermeja, una construcción "neo" con aspecto de castillo francés. El sepulcro de esta dama, en la capilla, es de Asorey. Muy buena su colección de arte.

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