2. LERMA, Burgos. Exterior y Espadaña del Convento de la Ascensión.
3. LERMA, Burgos. Fachada de convento.
4. LERMA, Burgos. Vista general de la Colegiata de San Pedro.
5. LERMA, Burgos. Torre-fachada de la Colegiata de San Pedro.
6. LERMA, Burgos. Fachada del Palacio Ducal, hoy Parador de Turismo.
7. LERMA, Burgos. Fachada del Convento de San Blas.
8. LERMA, Burgos. Patio del Palacio Ducal.
9. LERMA, Burgos. Arco de la Cárcel.
LERMA (I), provincia de Burgos: 21 de julio de 2005.
La antigua villa ducal, alzada sobre la vega del río Arlanza, conserva buena parte del patrimonio artístico con que el duque de Lerma la embelleció a principios del siglo XVII.
A través del arco de la Cárcel, puerta de la muralla medieval flanqueada por dos potentes cubos, se accede al recinto monumental. Tras ella se bifurcan las empinadas calles que atraviesan la villa: la del Reventón, hacia la izquierda, lleva a la colegiata de San Pedro, mientras que la arterial Calle Mayor, en la que desembocan vías transversales con edificios nobiliarios de hermosas portadas (especialmente, la calle del Barco), asciende en larga pendiente hacia la amplísima, empedrada y un tanto aparatosa Plaza Mayor, parcialmente porticada. Cierra tan vasto espacio por su parte oriental la amplia silueta, con torres laterales, del Palacio Ducal, construcción de marcada influencia herreriana realizada por Francisco de Mora en 1605. En su fachada, en la que pueden verse escudos de las casas de Sandoval y Rojas, se abre una puerta flanqueada por columnas y una sucesión de ventanas y balcones en monótona simetría. En el interior destacan sus patios renacentistas. A la derecha, el convento de San Blas, de monjas dominicas, mantiene la unidad arquitectónica del conjunto, del que viene a ser una prolongación. Muy cerca, la irregular plaza del Mercado Viejo, organizada en torno a un templete para la música, da acceso a agradables calles repletas de tipismo.
La zona más interesante se dispone junto al pasadizo que, por la parte septentrional y a modo de nexo entre el palacio y la colegiata, recorre a buena altura la vega del Arlanza, propiciando magníficas vistas* sobre el río. Por este lado, y aún próxima a la Plaza Mayor, está la plaza de Santa Clara, donde se halla, en medio de un espacio ajardinado y entre rejas, el monumento funerario en honor del cura Merino, héroe de las luchas independentistas contra los franceses y posterior abanderado de la reacción absolutista. Detrás, precedido de una arquería, discurre el citado pasadizo-mirador, que permite un amplio y atractivo paseo exterior (al parecer, en tiempos fue utilizado para lances taurinos, incluyendo el despeñamiento, sin duda mortal, de las reses).
Cerrando la pequeña plaza se sitúan el antiguo convento carmelita de Santa Teresa (1617), con una iglesia presidida por una deteriorada imagen de la santa y diversas dependencias destinadas a actividades municipales, y al otro lado, el aún vigente convento de la Ascención (1610), de monjas clarisas. El pronunciado descenso nos conduce, por fin, a la colegiata de San Pedro, templo monumental de principios del siglo XVII, fecha sin duda impropia del aspecto del gótico tardío que presenta, aunque matizado por influencias herrerianas. El exterior es sobrio, sencilla la torre, cuadrangular y acabada en pináculo, mientras que en el interior, compuesto por tres naves de igual altura sobre columnas jónicas, está cubierto con bóvedas estrelladas de tracerías góticas.
Entre las obras artísticas que guarda el templo, merece especial mención la estatua orante, en bronce dorado, del arzobispo Cristóbal de Rojas*, debida a Juan de Arfe y Lesmes Fernández del Moral. Se trata de un trabajo de gran finura, influido por los similares que Pompeyo Leoni realizó en El Escorial. El arzobispo representado es un tío del duque de Lerma y, en cierto modo, predecesor suyo, puesto que el valido de Felipe III, caído en desgracia y conminado por sus enemigos a rendir cuentas de su corrupta administración, consiguió ser promovido al cardenalato: la inmunidad de la púrpura, ya con el conde-duque de Olivares en el poder, probablemente le salvó del ajusticiamiento.
Aún se conservan en Lerma, fuera del recinto urbano, algunos otros conventos, todos ellos de la época dorada de la ciudad, además de un puente medieval y frondosos paseos.
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